Es hora de cambiar a cerezas
El amor y muchos sentimientos cercanos a él están relacionados con distintos alimentos como la manzana del árbol prohibido de Adán y Eva; la búsqueda de la media naranja a la que estamos todos condenados, hasta que aquellos afortunados que la encuentran pueden sentirse “completos” al fin; que te den calabazas cuando el amor no es correspondido; que disfrutes de una apasionada luna de miel tras consolidar la pareja su vínculo legalmente y ante los demás y que finalmente sean felices y coman perdices.
Si la elección hay que basarla en algo comestible, mi propuesta a añadir a este banquete emocional sería sin lugar a dudas: la cereza.
Son bastantes curiosos los orígenes de estas expresiones a las que hemos hecho referencia anteriormente, por lo que merece la pena detenerse en algunas de ellas.
“La media naranja” tiene su origen en una obra de Platón llamada El banquete. En un principio los humanos eran unos seres esféricos (de ahí la semejanza con la naranja) que tenían dos caras opuestas sobre una misma cabeza, cuatro brazos y cuatro piernas que utilizaban para desplazarse rodando. Estos seres podían ser de tres clases: uno compuesto de hombre+hombre; otro de mujer+mujer y un tercer (el “andrógino”) de hombre+mujer.
Un día las vanidad humana los llevó a enfrentarse a los dioses e intentaron escalar al cielo. Zeus los castigó partiéndolos por la mitad a través de un rayo, y a partir de ese momento los seres andaban tristes buscando siempre a su otra mitad. Si alguna vez llegaban a encontrarse con ella, se unían en un eterno abrazo dejándose morir de inanición. Zeus finalmente acabó apiadándose de la estirpe humana y ordenó a Hermes que les girase la cara hacia el mismo lado donde tenían el sexo: de este modo, cada vez que uno de estos seres se encontraba con su otra mitad, de esa unión pudiera obtener placer y además si se trataba de un ser andrógino pudieran tener descendencia.
Para explicar la relación entre el rechazo amoroso y las calabazas, hay quienes aluden al carácter antiafrodisiaco que les atribuían los griegos. Así mismo, en los monasterios de la Edad Media, eran utilizadas las pepitas de calabaza en las cuentas del rosario para alejar pensamientos lascivos. Por lo que ambos factores podrían sugerir una invitación a abandonar los devaneos amorosos.
El origen de la luna de miel tiene varias versiones, entre ellas están por ejemplo la proveniente de Babilonia, hace más de 4000 años, donde el padre de la novia le daba al novio toda aquella miel que pudiera beber durante un mes (una luna). Aunque también se dice que fueron los Teutones en Alemania, quienes comenzaron con esta tradición: ellos celebraban sus bodas solamente bajo la luna llena y luego del evento, los novios bebían licor de miel durante los 30 días posteriores a la boda ya que se consideraba que aumentaba la fertilidad. Por lo que finalmente a este periodo se le acabó llamando Luna de miel.
Una de las teorías con respecto al origen de la expresión “Fueron felices y comieron perdices” es que en la corte de Catalina de Médicis se consideraba que la carne de la perdiz era buena para despertar el deseo sexual, además de ser un alimento de fácil digestión que reforzaba la capacidad cerebral y mejoraba la concepción.
No queda pasado por alto en este recorrido, que los alimentos escogidos están vinculados a su propiedades afrodisíacas y que potencian la fertilidad. Históricamente en el vínculo amoroso se ha ensalzado la función de la procreación para garantizar la supervivencia de la especie humana. Las cerezas no cumplen estas funciones (al menos que se sepa) pero en el momento actual en que estamos, podría hacerse uso de otras vías sustitutivas o complementarias para aumentar esas carencias.
La imagen de una cereza da cuenta de una unidad completa que no necesita fusionarse con Otro para alcanzar la plenitud, por lo que no se presenta la idea de que cada uno de nosotros somos seres incompletos a la espera de que el destino nos coloque delante de nuestra otra mitad complementaria. A su vez, la cereza suele aparecer emparejada a otra similar a ella (completa también) ambas unidas en uno de sus extremos.
Es importante enfatizar la importancia que tiene el que cada uno se forme una imagen de sí mismo, estableciendo los límites entre lo que es genuino de uno y lo que pertenece o forma parte del otro, que exista una buena integración de las partes buenas y malas que inevitablemente están en juego dentro de cada uno de nosotros, y la idea de que de manera individual vamos haciendo un camino que nos constituye, define y nos hace ser quienes somos.
El ser humano es un ser social por naturaleza y desde el nacimiento está presente en la necesidad de establecer lazos afectivos con los Otros significativos que nos garantizan la supervivencia. De ahí que hayamos escogido a la cereza como metáfora, la cereza consta del fruto (el sujeto) y el rabo que simbolizaría tanto el recorrido vital de una persona, como la capacidad de establecer conexiones con uno mismo por un lado y con el Otro en el extremo opuesto. Este punto de unión nos fusiona con el Otro pero manteniendo nuestra individualidad, y en el caso de que el vínculo se rompa, uno mantendría la integridad de su ser y podría, en cuanto se estuviera preparado para ello, vincularse de nuevo con Otro.
El mito de la media naranja está aún bajo la amenaza de Zeus, el cual manifestó su intención de volver a dividirnos en dos mitades – para que, así, caminásemos dando saltos sobre una sola pierna-, en caso de que la raza humana no aprendiera a respetar sus propios límites y a superar su peligrosa arrogancia. Como parece que bordeamos los límites de esa prohibición… por si acaso vuelve a caer un rayo que nos divida, la propuesta es dejar de ser naranja para que nos deje siendo al menos una cereza.
Carola Higueras Esteban
Psicóloga Psicoterapeuta