La normalidad

La persona verdaderamente “sana” no es simplemente la que se declara como tal, ni mucho menos un enfermo que se ignora, sino un sujeto que conserva en si tantas fijaciones conflictuales como la mayoría de la gente, que no haya encontrado en su camino dificultades internas o externas que superen su equipo afectivo hereditario o adquirido, sus facultades personales de defensa o adaptación, y que se permita un juego bastante flexible de sus necesidades pulsionales, de sus proceso primario y secundario tanto en los planos personales como sociales, evaluando la necesidad de comportarse de manera aparentemente “aberrante” en circunstancias excepcionalmente “anormales”.”

(J. Bergeret)