Retales literarios: Solo para mujeres (Marilyn French)
Nos veo a todos sentados desnudos, temblorosos, en un gran círculo, contemplando el cielo que oscurece, el titilar de las estrellas, y alguien comienza a contar un cuento, afirma ver un dibujo formado por los astros. Y después otro explica una historia sobre el ojo del huracán, el ojo del tigre. Y los cuentos, las imágenes, se convierten en verdad y nos mataríamos los unos a los otros antes de cambiar una sola palabra del relato. Pero de vez en cuando alguien ve una nueva estrella, o afirma verla, una estrella en el norte que modifica el dibujo, y eso resulta devastador. Todos se sienten ofendidos, comienzan a gruñir furiosos, arremeten contra el que la ha visto y le golpean hasta matarlo. Vuelven a sentarse, murmuran. Siguen fumando. Se colocan de espaldas al norte, no vaya a ser que alguien piense que tal vez tratan de captar la alucinación del otro. Sin amargo, algunos son creyentes fieles, pueden mirar hacia el norte sin ver un destello de lo que aquel señaló. Los previsores se reúnen y cuchichean. Saben que si se acepta la estrella habrá que modificar todos los cuentos. Se giran desconfiados para pillar a cualquiera que vuelva la cabeza con disimulo hacia el sitio donde se supone que se encuentra la estrella. Pescan a algunos sospechosos; a pesar de sus protestas, los matan. Hay que cortar de raíz todo intento. Pero los ancianos tienen que montar guardia y su vigilancia convence a los demás de que en verdad allí hay algo, de modo que cada vez más personas comienzan a volverse y, con el tiempo, todas la ven o imaginan verla, y hasta afirman verla quienes no la distinguen.
La tierra siente la herida, y desde su sede la naturaleza, que suspira a través de sus obras, da señales de aflicción, de que todo está perdido. Habrá que cambiar los cuentos; el mundo entero se estremece. La gente suspira, llora y habla de lo tranquilo que era todo antes, en la feliz edad dorada, cuando todos creían en los viejos cuentos. Pero en realidad nada a cambiado, excepto los cuentos.
Supongo que los cuentos es todo cuanto tenemos, lo único que nos diferencia del león, del buey o los caracoles. No sé con certeza si quiero ser distinta de los caracoles. El acto humano esencial es la mentira, la creación o la invención de una ficción. Por ejemplo, en mi rincón del mundo, uno de los principales cuentos sostiene que es posible vivir sin dolor. Arreglan las narices ganchudas y las psiques torturadas, eliminan las canas del pelo, las separaciones entre los dientes, los órganos de los cuerpos. Intentan acabar con el hambre y la ignorancia, o eso dicen. Están trabajando en la creación de melocotones si hueso, de rosas sin espinas.
¿Hay rosas sin espinas? Estoy hecha un lío. Estoy hecha un lío porque una parte de mi piensa que una rosa sin espina sería bonita, mientras que la otra agarra puritanamente a la espina, incluso mientras la sangre se escurre por mi palma. Y todo mi ser piensa que sería hermoso que no hubiera hambre ni ignorancia…; sospecho que esto último parece una broma: la ignorancia de uno es la sabiduría de otros.
El caso es que si solo lo que perdura es real – algo que, digamos, Shakespeare creía – , solo la muerte es real. Todo lo demás es imagen, fugaz, mutable. Incluso nuestros cuentos, aunque duran más que nosotros. ¿Qué los hace – qué hace a cualquier cosa – dignos de morir por ellos? Cuando todo salvo la muerte es una mentira, una ficción.