De los vasos canopos a las neurociencias actuales

Hay quienes consideran que nos encontramos en “la era del cerebro”. El estudio de éste órgano y su entendimiento se presenta como el gran reto del siglo XXI. De ahí que las neurociencias ocupen un lugar destacado hoy en día. Su objeto de estudio es el sistema nervioso (estructura, función, desarrollo, bioquímica, etc.) y como interactúan sus diferentes elementos (neuronas, neurotransmisores, circuitos neuronales, estructuras cerebrales) entre sí, dando lugar a la cognición y la conducta.

El gran avance de las neurociencias es el resultado de las múltiples aportaciones realizadas desde distintas disciplinas científicas como la psicología, medicina o la biología, entre otras; así como el desarrollo de la tecnología de imagen cerebral, que ha hecho posible observar de forma no invasiva el funcionamiento de este órgano mientras tienen lugar las distintas tareas cognitivas.

Pero el cerebro a lo largo de la historia de las civilizaciones no siempre ha gozado de esta posición privilegiada. Para los antiguos egipcios (2.500 a.C.) era considerado una víscera de segunda categoría. Estos tenían la creencia de que la vida continuaba tras la muerte, y consideraban de vital importancia la conservación intacta del cuerpo del difunto para que éste pudiera disfrutar de la vida eterna en el Más Allá.

Este era un privilegio solo reservado al Faraón y a un grupo reducido de personas. A través de un laborioso y costoso ritual de momificación se interrumpía la descomposición del cuerpo humano, y de esta manera se podía alcanzar la inmortalidad.

Durante este proceso se extraían los órganos, y una vez lavados y embalsamados, se guardaban en los vasos canopos. Éstos eran protegidos por los llamados Hijos de Horus, de esta manera: Amset, vasija con tapa en forma de cabeza humana, guardaba el hígado; Hapy, vasija con tapa en forma de cabeza de papión (babuino), contenía los pulmones; Qebsenuf, vasija con tapa en forma de cabeza de halcón, albergaba los intestinos; y Duamutef, vasija con tapa en forma de chacal, conservaba el estómago.

Se extraían todos los órganos a excepción del corazón que se dejaba en el interior del cuerpo, ya que se tenía la creencia de que en él se encontraba la mente y era la sede del alma, siendo responsable de la individualidad de cada persona. Sin embargo el cerebro era considerado una masa gris carente de valor alguno, y se desechaba ya que se consideraba que no se lo necesitaría en la siguiente vida.

Paradójicamente, la cultura egipcia proporciona uno de los tratados médicos más antiguos Papiro Edwin Smith (2.500 a.C) donde se describe con detalle casos de lesiones cerebrales, sus tratamientos y evolución.

En la actualidad, se tiene un mayor conocimiento del funcionamiento cerebral. Se sabe que es un órgano complejo responsable de múltiple funciones, como son: control de funciones vitales (regulación de temperatura, la respiración, la presión sanguínea, el dormir…); procesa, integra e interpreta la información que recibe de los sentidos; dirige los movimientos; es responsable de nuestras emociones y conductas; y controla las funciones cognitivas superiores (memoria, aprendizaje, percepción, etc.)

Entendemos que los hallazgos recientes de las neurociencias respaldan muchas de las principales tesis psicoanalíticas. Como por ejemplo, que el procesamiento cognitivo y emocional tiene lugar en dos niveles: a través de los sistemas subcorticales (amígdala y sistema límbico) tiene lugar el procesamiento inconsciente, de respuesta automática; mientras que el procesamiento consciente, involucra a la corteza cerebral. O la importancia de ciertas hormonas (oxitocina y vasopresina) en la fijación del vínculo hacia la figura de apego.

Aún queda mucho por descubrir y comprender, y será necesario que todas las disciplinas trabajen de manera conjunta para entender la complejidad del funcionamiento mental, entendiendo que unas disciplinas no son más importantes que otras. Siendo necesarios todos los aportes a la hora de poder conseguir una compresión que abarque, tanto el nivel simbólico de la mente humana (lenguaje, identificaciones, vínculos…) como el nivel del procesamiento cognitivo y emocional donde están involucrados las distintas estructuras cerebrales, hormonas y neurotransmisores.

No obstante, cabe llamar la atención al lector de que nos encontramos con una proliferación abusiva de conceptos al que se le añaden el prefijo “neuro” con la finalidad de darle un carácter de dudosa entidad científica, o se utiliza para dar cierta relevancia al área en concreto, lo que algunos autores no han dudado de catalogar como “neurotonterías”.

El fin de mi(l) mundo(s)

¡El fin del mundo ha llegado y yo con estas pintas! Cuántas veces habrá irrumpido esta frase en mi cabeza anunciando el fin de una etapa, así, sin previo aviso.

Ciertamente la vida no es un camino en línea recta, ni un río que fluye o una escalera que asciende, ni tantas otras metáforas. Aunque sí me gustó una que leí en algún momento, que decía que la vida era ese ruido que sucede entre dos grandes silencios. No recuerdo ahora quien lo escribió.

No obstante, hay momentos en los que sentimos que la vida transcurre por ese “no-camino”, donde a veces paseamos recreándonos en el paisaje; otras, sin embargo, vamos saltando obstáculos y sobresaltándonos tras alguna curva cerrada que nos presenta una escena inesperada. Avanzando decidiendo tomar tal o cual salida… sabiendo que la vida es maravillosa, pero también que no siempre será fácil. Aunque de alguna manera, tenemos siempre cierta ilusión de que hay algún orden, que los acontecimientos siguen unos tempos y una secuencia que nos permiten tener cierta perspectiva para saber, si se va o no, en la buena dirección.

Puede suceder que en el devenir de la vida sobrevenga un cataclismo que arrase con todo y ¡Boom! Presagiamos el fin del mundo. Nos coge por sorpresa, sin tiempo para reaccionar, o al menos, así lo experimentamos. Toda nuestra realidad tal y como la conocíamos desaparece, nada parece tener sentido, nuestros proyectos y planes de futuro han saltado por los aires.

De repente, no se ve el camino y uno se enfrenta a un abismo, sin un suelo firme donde poder pisar, sin saber si se está boca arriba o boca abajo, desorientado en el espacio y rodeado de caos. Cuando nos recomponemos y, aún aturdidos por el impacto, observamos que: no es sólo que el camino haya desaparecido, sino que tenemos de que reconstruir todo el universo, ¡Nuestro universo! Seguramente para los que nos rodean el mundo siga intacto, lo que hace todavía más desconcertante esta vivencia. Nadie parece notar la diferencia, pero hemos perdido las referencias y la vida ya no es la misma que era ayer.

Y es así como la persona se enfrenta a esa ardua tarea de volver a crear el mundo, su mundo. Ese en el que le merezca la pena seguir viviendo. Primero, se empieza buscando si hay algo que haya sobrevivido a ese acontecimiento fatal. Con asombro se comprueba que algunas cosas de valor para uno siguen en pie pese al desastre; Otras en cambio, no han sobrevivido y hay que apañárselas para continuar sin ellas.

También es tiempo para hacer ciertos replanteamientos y deshacerse de viejas ideas acerca de cómo son y cómo funcionan las cosas, ya que de ser cierto lo que pensábamos, no nos habría pillado por sorpresa y no nos hubiese pasado lo que ha terminado pasando. Y es así, como zombis, vivos y muertos al mismo tiempo, que vamos enfrentando y elaborando los sentimientos dolorosos de pérdida y aquellos que intentan dar sentido y recuperar la coherencia de nuestras vidas. Recobramos la dirección en nuestro caminar y volvemos a poder experimentar cierta ilusión, dejando atrás lo sucedido y encarando lo que está por venir. Trabajo del duelo, lo llaman algunos en psicología.

Repuestos de lo sucedido, finalmente vamos sintiendo que caminamos de nuevo, el viaje continúa tras la pausa necesaria. Y al recorrer cierta distancia, tomando perspectiva del momento de ruptura, con ayuda del paso del tiempo, quizás se caiga en la cuenta de que igual si que puede que hubiera alguna señal o indicio que pudiera presagiar el terrible desenlace. Pudiendo llegar a la conclusión de: Bueno, estaré más atento para la próxima vez.

En ocasiones, cuando se vuelve la vista atrás y se fantasea con cómo habría sido nuestra vida si ese amor hubiese perdurado, si no nos hubieran despedido, si hubiésemos podido quedarnos en aquel país, si aquello tan terrible nunca hubiera ocurrido… Uno se da cuenta de que lo más probable es que su vida ahora fuera muy diferente, quizás mejor, o puede que a la larga, hubiese sido peor. Quién sabe.

Son muchas las posibles vidas que nos podrían haber tocado vivir. Pero lo cierto es que a cada uno existimos en un momento determinado, en un lugar concreto, con más o menos margen de acción en nuestros movimientos. Y es dentro de ese rango de acción que cada uno tenemos en el que son infinitos los mundos que se presentan, algunos compatibles entre sí, otros tienen que llegar a su fin afortunada o desafortunadamente,  dando la posibilidad de construir otros nuevos.

Podemos llegar a experimentar varias experiencias de “fin del mundo” a lo largo de una vida. Claro, que tras la recuperación siempre comprobamos que ese no era el verdadero final; solo una pausa en la que aprendemos a relativizar y recordamos esa experiencia con menos potencia emocional.

Como ya dijo el poeta… caminante no hay camino, se hace camino al andar, así que poco a poco, casi sin saber cómo, ni cuándo, conseguimos volver a vislumbrar esa “senda”, donde nos volvemos a recrear con el paisaje y disfrutamos del viaje. Pero, cuidado, tras esa curva que nos impide ver lo que hay detrás, igual se esconde un cartel que reza: Bienvenido al fin del mundo.

El nudo marinero

Conocer los nudos marineros es algo muy útil ya que permiten atar dos cabos entre sí, amarrar un barco, izar a alguien que ha caído al mar… pero en esta ocasión, de entre todos ellos haremos una especial mención al nudo llano o también conocido como nudo de rizo. Es uno de los nudos marineros más básicos, y aunque se dice de él que no es un nudo demasiado seguro, es bastante útil para determinadas ocasiones.

Principalmente se utiliza para unir dos cabos del mismo tipo e igual mena (grosor) que vayan a estar sometidos a un trabajo constante, ya que si no, se afloja con facilidad. Se trata de un nudo sencillo tanto de hacer como de deshacer, formado por dos nudos simples anudados en direcciones opuestas. Su nombre también se debe a que se utiliza para poner un rizo. Maniobra en la navegación que consiste en reducir la superficie efectiva de una vela cuando hay una subida en la intensidad del viento durante la travesía.

Si nos detenemos un momento, podemos observar que las funciones que nos brinda el nudo llano son de gran utilidad para manejarnos por la vida. Argumentaremos el por qué de nuestro símil.

Se dice que una persona es llana como sinónimo de estabilidad, sinceridad, austeridad y sencillez. Cualidades de cierto valor en estos tiempos donde muchos se quejan de la inestabilidad, hipocresía y consumismo. Aunque seguramente haya quienes asocien estas cualidades a una personalidad que no presenta ninguna riqueza o especial peculiaridad. Aquí se podría señalar que hay un matiz diferente entre lo que entendemos por una “persona llana” y una “persona simple”.

Hemos hablado con anterioridad de que uno de los principales usos del nudo llano es enlazar dos cabos semejantes, de ahí que tradicionalmente este nudo haya tenido un significado simbólico entre pescadores y grupos de scouts para quienes representa la unión. Sabemos que un vínculo sano debe estar basado en un principio de igualdad entre las partes; Y como hemos comentado también, para que el nudo se mantenga firme debe estar sometido a un trabajo constante, algo a lo que debe enfrentarse cualquier tipo de relación que quiera ser mantenida en el tiempo.

Otra de las característica del nudo llano es que es fácil de hacer y deshacer, y esa tendría que ser la tendencia en la manera de relacionarse, poder establecer vínculos que resistan ciertas tensiones, pero a la vez poder romper esa unión cuando pueda estar perjudicando a aquellos que la están manteniendo.

Por otro lado, es común a muchos la experiencia de tener que enfrentar vientos de intensidad elevada que los hacen escorar o zozobrar en sus vidas. Para lo cual es útil poder “tomar un rizo”: bajar el nivel de exigencia, adecuar el grado de exposición, aminorar la marcha, adaptarse a las circunstancias, anticiparse a los peligros… En la mar se dice que el momento adecuado para poner un rizo, es justo aquel en el que te planteas si sería adecuado o no ponerlo.

Por último, ¿sería muy disparatado ver en esos dos nudos simples anudados en direcciones opuestas un cierto parecido a un chaleco salvavidas?

Proyecto ESCAN: un recurso para víctimas de violencia de género

En el difícil equilibrio de sus pulsiones más instintivas y en el control ejercitado sobre ellas; así como en el grado de acatamiento o transgresión de esos límites externos que el ser humano se ha ido imponiendo, nos diferenciamos los diferentes individuos. En la base de esas capacidades de adaptación se encuentran el difuso concepto de la Salud Mental.

Desde un nivel más elaborado de la satisfacción de las necesidades vitales, emergen otras que dan soporte a un adecuado equilibrio emocional conformando una personalidad madura. Una de las necesidades fundamentales e imprescindibles para asentar una buena estructura de personalidad, es haber podido desarrollar un suficiente nivel de autoestima. Sin ella, se tendrán importantes dificultades para las relaciones interpersonales y, en suma, en el desarrollo de una red social que de soporte y satisfacción a su existencia. Es precisamente esa valoración propia de la autoestima, una de las capacidades más conculcadas en quienes soportan la violencia y la dominación sistemática en el patológico vínculo que se asienta la violencia de género

Dos son las figuras que interaccionan en el ámbito de población que intervienen en el marco conceptual de la violencia de género o de la pareja, al que se dirige el presente trabajo. De una parte, los autores de tales comportamientos violentos, con sus reiteradas vejaciones, a menudo mantienen una compulsiva repetición como forma inmadura de sostener su anómala autoestima. Esa distorsión puede, como todo lo psicógeno, haber sobrevenido por diversos mecanismos tales como el haber sido objeto de carencias que impidieron un normal desarrollo de su propia valoración y de pretender la ajena. Es fácil rastrear la presencia de conductas que son expresión de caracteres con rasgos destacados de falta de control impulsivo y conductas violentas en el ambiente en el que se han crecido, generándose así un continuum de acciones y reacciones en las que se perpetúan las agresiones de una generación a otra como rasgo de algunas genealogías. En otros agresores se pueden observar procesos de identificación, que dan firmeza al aserto: que la violencia recibida es la principal fuerte de su ulterior manifestación. Y, más concretamente en el tema que nos ocupa se produce un amplio contingente de conductas agresivas dirigidas a la pareja en el seno de una relación en la que, cosificada y desprovista de su individualidad, queda relegada a la tiranía del sostenimiento de los mecanismos defensivos que se enmascara por estas vías alambicadas: compensaciones de debilidades; hostilidad por el daño recibido y descarga fácil hacia quien se considera objeto de propiedad o identificaciones patológicas. En comunidades sociales amplias se abrazan fundamentalismos culturales que tienden a sostener hegemonías colectivas del varón dominante. En todos los casos el menor atisbo de falta de sometimiento – o huida- ante agresor tratará de ser impedido, aunque ello conlleve el castigo social y, en ocasiones, la propia muerte. Tal es el caso de quienes se entregan a su detención o se suicidan cuando ya no es posible la rebeldía de la persona sometida, porque la han eliminado.

En el otro lado de esa interacción: la víctima de una agresión sistemática, a través de su prolongación en el tiempo se va instalando en lo que en Psicología se conoce como una “indefensión aprendida”. Su modelo experimental lo ha desarrollado el Psicólogo estadounidense Martin E.P. Seligman, explicando el grado de inhibición y pérdida de capacidad de respuesta que pueden alcanzar quienes son sometidos a estímulos punitivos sin posibilidad de escape (huida) o evitación (anticipación), cristalizando en clínicas depresivas, como principal efecto psicopatológico. En este paradigma, la agresión física y la connotación psicológica que conlleva, puede sobrevenir en cualquier momento, sin ser prevista, y cuando ocurre, difícilmente se puede escapar. La posterior ausencia de capacidad para poner freno a futuras agresiones desde la vivencia arraigada de tal inhibición de respuestas, perpetuará la situación y generará el “esquema” de su inevitabilidad. A menudo se pueden poner de manifiesto distorsiones cognitivas tales como: no ser merecedora de una vida diferente o su aceptación desde la óptica de supremos valores religiosos (cuidado de hijos; fatalismo de género; cuando no, de merecimiento de castigos que emanan de pretéritos sentimientos de culpa por acciones reales o fantaseadas, pero siempre anómalamente sobredimensionadas etc.). También aquí la contingencia de identificaciones desde edades muy tempranas puede condicionar un modelo de conducta en base a la presencia de modelos de figuras significativas. En suma, toda una larga serie de hechos biográficos y actuales que configuran diferentes vías de acceso a la consolidación de un estado. En la base de dicho estado efectos psicológicos de predisposición y mantenimiento, en los casos en los que imponderables externos no pueden ser objetivados. Frecuentemente se observan conductas de retracción social, carencia de iniciativas laborales o lúdicas, aun cuando el riesgo de futuros encuentros con el agresor sea improbable.

¿Cuál es el perfil psicológico más frecuente de las mujeres que han sido objeto de violencia de género? Frecuentemente se formula esa cuestión desde el omnipresente afán por estandarizar y así poder aplicar protocolos de actuación terapéutica. Esta inercia, responde a un modelo médico que se orienta por un diagnóstico al que corresponderá un tratamiento determinado. Sin responder a patrones exactos – porque no los hay-, entre los diferentes perfiles de personalidad, es frecuente constatar la siguiente triada de manifestaciones. Primera, el establecimiento de un miedo difuso y generalizado, real o imaginado, a que en el momento más inesperado pueda sobrevenir el encuentro o ataque de su agresor. Segunda, el desarrollo consiguiente de una conducta agorafóbica, que circunscribe la vida de la víctima a un repertorio muy limitado fuera del ámbito de lo que considera su seguridad: evitando salidas, alejamiento del hogar o de figuras connotadas de capacidad de protección. Y en tercer lugar, la más devastadora bajo el punto de vista de la personalidad afectada, una merma elevada de la autoestima y por tanto, de las capacidades de respuesta en general y de defensa en particular. De ello se derivan: limitaciones para solicitar ayuda, toma de decisiones de separación, de establecer nuevos vínculos o de integrarse en una red social.

¿Por qué hemos elaborado estas cuestiones previas en nuestro objetivo de proponer una vía de ayuda para las mujeres objeto de violencia de género? Porque es frente a las peores derivas del ser humano victimizado, hacia donde deseamos llevar nuestra actividad reparadora y terapéutica.

No es demagogia ni seguidismo progresista, que en el marco de referencia de una relación de pareja, se evidencia de forma mucho más frecuente, que la mujer sea la víctima y su agresor un hombre. Sucede que el “homo sapiens” se configuró, y así podemos rastrearlo en las formas más puras de culturas menos evolucionadas, bajo definidos roles jerárquicos. La anciana de la tribu no fue nunca un referente, como no lo fue la sistemática de cuidados de la prole por el varón. Por el contrario, fueron asignados a los varones roles de chamanes, sacerdotes, guardianes y guerreros. En tal orden es fácil inferir quien tiene mayor riesgo de ser objeto de un abuso de poder y víctima de una conducta represiva. El advenimiento de las religiones que conocemos no parece haber contrapesado esa discriminación en el equilibrio de ambos géneros. Todas sin excepción han contribuido a la supremacía del varón reflejándose en sus normas y en sus valoraciones.

Cabrían iniciativas orientadas a la ayuda de otros grupos de riesgo: hijos, ancianos escolares…. etc. Pero este proyecto emergió de forma original en el ámbito social de una gran sensibilidad y preocupación por el incesante número de casos que las propias víctimas han alertado y han sido capaces de hacerlo visualizar. En estos momentos, explicitémoslo de forma clara, el proyecto ESCAN se dirige hacia mujeres que han “sobre-vivido” a conductas violentas de un varón (sobre el que ha recaído una sentencia condenatoria) con el que se relacionaban sentimentalmente y que por sus efectos están necesitadas de una especial ayuda. Esta necesidad es mayor en el caso de incumplimientos de órdenes de alejamiento o inminencias de puesta en libertad si estaban cumpliendo prisión.

Con estas consideraciones hemos pretendido ofrecer algunas argumentaciones, a la evidencia de un saldo mucho más negativo para la mujer que para el varón, al ser las principales víctimas de un impulso violento, al menos en el plano físico. Por ello enfatizamos la figura de la mujer victimizada, aunque en muy contadas ocasiones los roles se inviertan, en cuyo caso, por qué no, también serían objeto de nuestra atención en el Programa. Somos defensores de leyes igualitarias y no discriminadoras de soportes rehabilitadores. Con esa salvedad nos referiremos en términos femeninos.

Clásicamente se diferencian dos planos del daño sobre la víctima de un acto violento que no conduce al fallecimiento: las lesiones físicas y las psicológicas. Nuestra cultura, se impacta más por una por un hematoma que por un efecto emocional, quizás porque este último es más difícil de objetivar. Véanse las frecuentes y tipificadas indemnizaciones por las secuelas físicas en un accidentado de tráfico o laboral y la imprecisión para estandarizar y cuantificar la reparación por afectaciones psicológicas. La Medicina, las Ciencias Forenses y las del Derecho, focalizan su atención a los físicos, al daño corporal. Lo mental, es un añadido reciente y poco sistematizado. Sin embargo, a nivel terapéutico, salvo en las lesiones irreversibles, su terapéutica y su rehabilitación, suele ser más fácil a nivel físico que psicológico. Una contusión tiene días o semanas de evolución hasta no dejar huella; el daño emocional que la acompaña puede durar toda una vida. Profesionalmente hemos observado las consecuencias de una bofetada recibida en la infancia cuyo enrojecimiento dérmico duró minutos, pero que conllevó unos efectos de resentimiento, vergüenza o de impotencia que determinaron muchos aspectos de una vida ulterior.

El Proyecto ESCAN tiene por objetivo, ya lo hemos enunciado: la rehabilitación de la mujer que sufre los efectos de violencia de género, agravada por el temor de volver a serlo por su agresor. Este miedo se suele sustentar en hechos objetivos de peligro en los casos de transgresión de órdenes de alejamiento, de próximas puestas en libertad o de amenazas reiteradas; pero también, sobre un temor generalizado que no se corresponde con la realidad, siendo fruto de las secuelas del padecimiento psicológico que les comportó. Es, por tanto, un programa terapéutico focalizado hacia supresión de las manifestaciones depresivo-ansiosas y a la recuperación de la autoestima, o al desarrollo de capacidades de afrontamiento ante peligros. Tiene también una función rehabilitadora en la vertiente social, facilitando la normalización de relaciones interpersonales y el desarrollo de sus potencialidades socio-laborales. Bien podría definirse su objetivo: en el logro de una mejoría psicológica desde la reestructuración de su personalidad es sus aspectos más afectados, para alcanzar una rehabilitación social. Y para ello será un elemento de apoyo asertivo, vinculación afectiva y dinamizador de conductas: un perro. El Proyecto SCAN comprende dos tipos de actuaciones que al final confluyen potenciándose para desarrollar una vida más normalizada y satisfactoria.

¿De qué medios y procedimientos se sirve? Hemos adelantado que son dos las actividades orientadas a converger y sumarse:

1.- La asistencia por un profesional de la Psicología con formación y experiencia en el campo de la PSICOTERAPIA. Este tratamiento requiere sesiones periódicas que irán adaptando su frecuencia a la evolución del proceso. Por término medio empezarían por ser semanales, espaciándose hasta un total de 30 a 60 sesiones durante un año. Es por tanto, una psicoterapia focalizada e intensiva orientada a núcleo traumático, a sus orígenes y repercusiones. Es frecuente en cualquier proceso terapéutico, abordar aspectos colaterales presentes incluso desde antes de su primer contacto con el “agresor identificado”; así como la modificación de las conductas posteriores más desadaptadas. Desde este enfoque se requiere una formación bastante flexible entre las diferentes tendencias en el campo de las psicoterapias. No es estrictamente necesario que dicha profesional sea una mujer, pero por razones técnicas y que sobrepasan el objetivo de esta publicación, el género femenino, en principio contaría con menos resistencias y más facilidad de una sintonía inicial. En casos determinados se podrá contar con algún psicofármaco de apoyo para procurar un alivio sintomático, desde la colaboración con su facultativo; pero su objetivo será su más rápida supresión, dado que no existe un solo psicofármaco que sea capaz, por sí mismo de resolver un conflicto emocional o modificar una conducta, si no es posibilitando un proceso psicoterapéutico.

2.- El empleo de animales en procesos rehabilitadores ha sido ampliamente utilizado, desde la hipología en niños autistas a delfines, lobos marinos y perros en diversos tipos de discapacidades. Aquí en este Proyecto se utiliza el apoyo de un PERRO (de ahí el nombre del Proyecto) que será especialmente seleccionado en raza, tamaño, conducta y preferencias de su futura dueña. En principio este elemento del programa reposaba más en sus aspectos defensivos, al estar adiestrado para repeler una posible agresión a las órdenes de la mujer. La elección de este animal de compañía reside en sus conocidas capacidades de docilidad, fidelidad y en la facilidad para el establecimiento de un vínculo afectivo; todos ellos aspectos muy deteriorados y necesarios de recuperación. Por su parte los perros seleccionados han sido recogidos y adiestrados desde el abandono, con lo que el beneficio es mutuo en la relación que se producirá. La función defensiva inicial con las suficientes medidas de seguridad, ha ido dando paso a un mayor protagonismo de los aspectos “emocionales de interrelación”, que son los que sobradamente conocen quienes optan por incluir estos animales en sus vidas. El perro desde un propósito terapéutico se convierte en un apoyo emocional, movilizador de conductas, figura de interrelación y gratificador del logro de superación de temores. Podríamos decir desde su especial capacidad de interacción con su nueva dueña, que se convierte en un “objeto intermediario”, y sin saberlo, un aliado coterapeuta, aunque solo sea por tener que ser atendido en sus salidas, esparcimiento y cuidados.

Es también de forma colateral un elemento movilizador de aspectos positivos en un sistema familiar de hijos y otros miembros en el que el perro se integrará en el caso de determinadas familias. Aunque hemos centrado la atención en la mujer víctima, los efectos se extienden también a los hijos ante la desestructuración familiar por el tiempo en el que estas acciones se han venido produciendo. En términos “sistémicos” cualquier intervención en un elemento en la dinámica familiar, modificará el conjunto y, en este caso, la inclusión de uno “nuevo miembro” igualmente generará cambios. Los lazos afectivos que se establezcan, los cuidados necesarios, los aspectos más lúdicos y el mero desplazamiento de la atención que dará lugar, propiciarán un mejor clima doméstico, como hemos podido comprobar. Así pues, los hijos sin ser objeto directo de la terapia, se beneficiarán de esta parte de la intervención que desarrolla el proyecto.

Un Adiestrador canino especializado y buen conocedor de los objetivos que se pretenden, selecciona en principio el animal. Sobre él recae la preparación, el entrenamiento y el logro de una exitosa vinculación con su futura dueña. Tendrá que iniciarla, con progresivos acercamientos y aprendizajes, en el correcto manejo de su conducta. Todo un laborioso programa interactivo para los que se requieren conocimientos y sensibilidad.

Psicóloga y Adiestrador serán cómplices colaboradores en el logro del objetivo a alcanzar y llevaran actividades necesariamente coordinadas sobre la base de una estrecha comunicación profesional. No era un propósito esta dualidad de género, pero sobrevenida, puede convertirse en una doble referencia restauradora.

Remisores: Preferentemente se ha optado por casos que vengan dirigidos por Entidades Públicas, Fundaciones u Organismos que realicen su actividad interviniendo sobre casos de mujeres víctimas de violencia de género, tales como el Instituto Andaluz de la Mujer IAM, las Unidades de violencia de Género, Servicios Sociales Comunitarios y aquellos casos que accedan por propia iniciativa

Procedimiento de Selección: como en todo proyecto dirigido a un objetivo, el logro de éste, depende en buena medida de un adecuado proceso de selección. En la base de esta idoneidad se requieren la valoración positiva por parte de la Psicóloga, que evaluará capacidades yoicas que sirvan de núcleo para sostener y dimensionar el proceso de recuperación. Es decir, suficientemente afectada para requerir la psicoterapia, pero suficientemente capaz de llevarla a cabo por la conservación de aspectos sanos de su personalidad. Quedarían excluidas patologías mentales graves o previas, que obstaculicen los objetivos de rehabilitación personal y sociolaborales. Por parte del adiestrador, se requerirá la capacidad del adecuado manejo y cuidado del perro que se les entregará

Se excluirán grandes hándicaps sociales, entendiendo que importantes déficits en este sentido como: vivienda, mínimos recursos económicos y, en general, incapacidades de autonomía, serían más objeto de atención por parte de los Servicios Sociales. La carencia en esas necesidades tan básicas impediría el ir llevando a cabo el programa establecido.

Financiación y costes. El proceso será gratuito en el proceso psicoterápico. En estudio, una mínima aportación económica o la asunción de los gastos de desplazamiento por parte de la persona incluida en el programa, con objeto de dinamizar la motivación y valorar el procedimiento terapéutico que emprende. Igualmente serán gratuitas las clases de adiestramiento con el monitor, el animal y sus necesidades. Esta financiación se obtendrá de diversas entidades públicas y privadas.

Antonio Higueras Aranda. Médico Psiquiatra. Exprofesor Titular de la Universidad de Granada

Carola Higueras Esteban. Psicóloga especialista en Psicoterapia

Artículo para Corncuentros: Asics versus non nocere

Probablemente cuando pensamos en ASICS nos venga a la memoria las zapatillas que llevaba Uma Thurman en la película Kill Bill, para los que no la conozcan, se trata una marca de ropa y calzado deportivo. El nombre deriva de la frase del poeta romano Juvenal: Orandum est ut sit mens sana in corpore sano que significa, oremos para tener una mente sana en un cuerpo sano. Actualmente ha ido perdiendo importancia el factor espiritual al que hace referencia, el pedir a los dioses que nos ayuden a cultivar una mente y un cuerpo sano para mantener nuestra alma saludable, y es más conocida su versión abreviada Mens sana in corpore sano, centrando la atención hacia un excesivo culto al cuerpo, con la intención de alcanzar una mente más sana, o mejor dicho, un mayor sentimiento de bienestar.

Investigadores del Instituto del Corazón Mid America en Kansas City señalan que 1 de cada 20 personas que practican deporte lo hacen de forma excesiva. Informan de que los resultados de la practica deportiva no se acumulan indefinidamente y por encima de cierto nivel (correr más de 48 kilómetros a la semana) puede entrañar un riesgo de lesión por sobrecarga cardiaca. No obstante, estos autores también indican que 10 de cada 20 personas no están practicando la cantidad mínima recomendada de actividad física (> 150 minutos/semana de ejercicio moderado). Estos expertos proponen que los individuos de ambos extremos de espectro (personas sedentarias y con excedente de ejercicio) se beneficiarían a largo plazo si llevan sus niveles de actividad física al rango moderado.

La expresión latina primum non nocere, hace referencia a la máxima aplicada en el campo de la medicina, fisioterapia y ciencias de la salud, y su traducción sería lo primero es no hacer daño. En este artículo tratamos de articular estos dos principios clásicos a los que hemos hecho referencia, para resaltar los peligros que puede generar el exceso de deporte si no se tiene cierta consciencia de las metas que uno se propone alcanzar. Todos deberíamos tender a cuidarnos física y emocionalmente siguiendo la máxima de no hacerse daño.

El ritmo apresurado que se impone en muchas sociedades, hace que nos movamos con prisa de un lado para otro. A su vez, estamos sometidos a un bombardeo constante de información, a través de los medios de comunicación y de nuestras pantallas, se nos dice lo que deberíamos hacer, comprar, leer, ver, a dónde ir de viaje, cómo debería ser nuestra imagen, las tareas que nos quedan pendientes, los mails sin leer, las conversaciones y las llamadas sin contestar… Todo ello, acaba afectándonos y llega a generar hiperestimulación, dificultades en la concentración, falta de motivación, hipersensibilidad, reacciones emocionales ansiosas, falta de descanso y un largo etcétera.

Así mismo, nos llegan una serie de mandatos culturales que todos queremos cumplir para tener la sensación de estar llevando una vida plena, activa y saludable: ser productivos en nuestros trabajos/estudios, tener una buena imagen corporal, llevar una vida organizada, tener buenos hábitos alimenticios, hacer alguna actividad deportiva, cuidar y dedicar tiempo a la familia/amigos, y disfrutar del tiempo de ocio, entre otros.

Todos estos factores, unidos a la precariedad económica y laboral actual, las exigencias de nuestro entorno, los horarios imposibles, el aprender a desenvolverse con los nuevos avances (tecnológicos y sociales) y a la necesidad de ser capaz de adaptarse a múltiples escenarios (empresa, ciudad, país, idioma) en poco tiempo, hace que muchos sujetos se sientan sobreexigidos y obligados a estar en continuo proceso adaptativo en el aquí-ahora.

De hecho, una de las cualidades que más se valora hoy en día en los procesos de selección de personal es la capacidad que tiene una persona para adaptarse al medio, la apertura al cambio y ser capaz de asumir un riesgo tras otro, en un contexto cada vez más dinámico.

Todo esto trae consigo que muchas personas se sientan abrumadas ante la exigencia de adaptarse a las nuevas circunstancias, sin disponer de un medio estable en el que refugiarse.

En esta sociedad prima lo visual y la inmediatez, lo que se traduce en la necesidad de visibilizar todo lo que nos ocurre o hacemos como una manera de estar en el mundo, momento a momento, pero sin poder recrearse en la experiencia ya que se está pensando en que es lo siguiente que se va a mostrar.

Muchas personas se centran en lo inmediato, orientadas a la recompensa rápida, ya que el premio a largo plazo puede ser imposible de vislumbrar o de alcanzar. Y sintiendo que no hay tiempo suficiente para reflexionar, o buscar soluciones a los problemas que se presentan.

Dentro de nuestra cultura el deporte ocupa un lugar importante. A nivel económico es un negocio que mueve mucho dinero: Juegos Olímpicos, retransmisión de partidos, marcas de ropa y complementos, contratos millonarios, campañas publicitaria y un largo etcétera. A nivel sociocultural, está muy presente en la vida de cada persona desde la infancia, afición familiar a un deporte, pertenencia a un equipo deportivo, en la escuela y a través de actividades extraescolares se transmite los valores que emanan de él (lucha, sacrificio, trabajo, esfuerzo, dedicación, compañerismo), los deportistas de élite son verdaderos ídolos generacionales, es algo socialmente valorado… Así mismo, el discurso “healthy” está de plena actualidad promoviendo valores relacionados con rutinas saludables tanto en la alimentación como a la hora de dedicar un tiempo a ejercitar nuestro cuerpo.

Teniendo en cuenta que estamos inmersos en un ambiente que no provee de seguridad, donde hay que aprender a vivir con la incertidumbre del mundo laboral, salarios precarios, pocas oportunidades… Todo ello dificulta el poder hacer planes de futuro, y favorece que nos centremos en el momento presente.

En este contexto, no es de extrañar que entre las estrategias de afrontamiento posibles, haya quien se refugie en la práctica de alguna disciplina deportiva, para combatir el estrés diario, como forma de desconectar y descargar tensión. Es sorprendente como se ha elevado considerablemente el nivel de exigencia deportiva en nuestros días, un ejemplo de ello, es comprobar como las maratones ya no son exclusivas de los atletas profesionales y como en la actualidad cada vez es más frecuente ver a corredores populares para los que alcanzar esa meta supone una gran satisfacción personal.

Asistimos a lo que podría denominarse como un boom deportivo. Cada vez encontramos más adeptos a la practica de disciplinas deportivas como, el ciclismo, el running, el crossfit, la natación, el pilates o el yoga, entre otros. Así como la proliferación de duras pruebas de esfuerzo y alta exigencia física como son los triatlones, ironmans, rutas ciclistas, carreras de montaña, imágenes de posturas corporales imposibles, etc.

Conocemos los innumerables beneficios que tiene el deporte para conseguir un equilibrio psicofísico adecuado. Ayuda a mejorar la tonificación muscular, la capacidad respiratoria y la circulación. Combate la ansiedad, aumenta la autoestima y se liberan endorfinas, que provocan un sentimiento de euforia y bienestar.

Los fisioterapeutas y profesionales del deporte señalan que es importante tener en cuenta la diferencia existente entre hacer ejercicio físico y practicar un deporte de alta exigencia. Para poder practicar un deporte de alta intensidad deberíamos estar previamente en forma, para garantizar que no ponemos en riesgo nuestra salud, además de seguir un entrenamiento adecuado con cierto control y asesoramiento.

Desde la Sociedad Española de Medicina del Deporte (SEMED) se alerta del aumento de fallecimientos y patologías graves debidas a una practica deportiva poco saludable y sin control. Es importante tener en cuenta, que no es lo mismo alcanzar ciertas marcas para aquellas personas que se dedican al deporte de manera profesional, como para aquellos que lo compatibilizan con otras maneras de ganarse la vida.

Los expertos recomiendan la realización de actividad física moderada al menos tres veces por semana para evitar el sedentarismo. Sin embargo, el ejercicio físico en exceso también puede acarrear consecuencias negativas para la salud.

Aunque en el Diagnostic and Statistical Manual of Mental Dissorders (DSM-5) aún no se contempla la adicción al ejercicio como un trastorno en sí mismo, algunos estudios señalan que puede afectar alrededor del 3% de la población que se ejercita regularmente y perjudica la salud física, mental y emocional de quienes la padecen.

La obsesión por la dieta y el ejercicio físico puede llevar a la persona a sufrir diversos trastornos relacionados con la práctica excesiva de deporte como la vigorexia, un tipo de trastorno dismórfico corporal en el que la persona se ve menos musculada de lo que está y se obsesiona por tener “un cuerpo de gimnasio” (es decir, musculado); la runnorexia donde las personas pueden ver como su calidad de vida y sus relaciones sociales o de pareja disminuyen debido al excesivo tiempo que le dedican al entrenamiento; el síndrome del sobreentrenamiento, se desencadenan efectos negativos derivados del exceso de ejercicio y la falta de recuperación necesaria pudiendo genera a nivel físico problemas musculares y de articulaciones, mientras que a nivel mental puede manifestarse a través de fatiga, insomnio, depresión, perdida de apetito sexual; el ejercicio en exceso se ha vinculado a mayor riesgo de sufrir enfermedades cardiovasculares y un descenso en el funcionamiento del sistema inmune.

Desde un punto de vista psicológico, entendemos que cuando la persona se concentra en la practica deportiva, le ayuda a evadirse por un tiempo de los problemas que le rodean. Le permite conectar consigo mismo, le da cierto nivel de control sobre sus actos, en contraste con el medio cargado de incertidumbre que le puede estar rodeando. Le da cierta autonomía a la hora de poder recibir una recompensa por el esfuerzo realizado, sentirse productivo y valorado, cosa que pude no estar proporcionándole su lugar de trabajo o el realizar las tareas de su día a día. También se puede derivar sentimientos de frustración cuando no alcanzamos los objetivos propuestos, impotencia frente a una lesión no deseada o baja autoestima cuando consideramos que nuestros compañeros tienen mejores marcas. Así mismo, se corre el riesgo de ponerse objetivos cada vez más elevados, bien como forma de superación personal o para impresionar a los que nos rodean, que pueden tener consecuencias muy dañinas en nuestros estados emocionales y físicos.

El desarrollo de las nuevas tecnologías ayuda a compartir los retos, entrenamientos y logros con los demás. Además de satisfacer algunas necesidades psicológicas, como la de sentirnos reconfortados por las muestras de apoyo y alabanzas recibidas por parte de nuestros allegados, ya que el deporte es una actividad reconocida socialmente.

En este punto, es interesante lo señalado por Horstein en relación a las dos principales vías por las cuales un sujeto puede buscar el reconocimiento del grupo de pertenencia: una de ellas es por conformidad (ser como los demás) y la otra es por distinción (ser distinto y ser valorado precisamente por esa diferencia).

En mi práctica profesional, asisto al como algunas personas se sienten mal consigo mismas por no ser capaces de moverse al ritmo que otras marcan a través de sus perfiles en redes sociales, donde transmiten una excesiva preocupación por entrenar y alimentarse de forma saludable. Estas personas se sienten incapaces de poder incluir estos hábitos, además de llevar toda la carga de su día a día, llegándose a sentir paralizados y abrumados.

Otras en cambio se refugian en el “mundo fit” en un intento de transformar lo problemático, lo que necesita ser hablado/pensado/escuchado, en movimiento. Como una manera de escapar de su sufrimiento, adoptando una actitud caracterizada por un no querer saber nada, y que se guía por un hacer. Entendiendo que se trata de una forma de poder introducir un distanciamiento con la toma de consciencia y conexión con uno mismo.

Para prevenir y revertir la adicción al ejercicio, resulta importante saber que quienes más horas dedican al entrenamiento o a la actividad física estructurada, más riesgo tienen de sufrirla. En el caso de los atletas o profesionales se debe prestar especial atención.

En general todo aquel que practique un deporte debe comprender que no pasa nada por un día que no vayamos al gimnasio o nos saltemos la dieta, sino que, por el contrario, puede favorecer a nuestra salud y resultar de ayuda para mejorar el rendimiento.

En esta sociedad a la que pertenecemos, donde todo transcurre con prisas, donde hay un alto nivel de exigencias, donde no hay tiempo que perder y, donde parece que estemos programados para hacer y hacer, sin permitirnos parar a descansar, reflexionar o disfrutar. La clave estaría en conseguir un equilibrio, una adecuada autorregulación a nivel fisiológico, psicológico, social y espiritual.

Para poder contrarrestar el efecto que tiene el ambiente sobre nosotros, los mensajes publicitarios que nos incitan a un consumo sin fin, la necesidad de ser aceptados por nuestro entorno, nuestro deseo de ser igual o mejor que los que nos rodean, obligándonos a llevar una vida repleta de experiencias pero sin apenas tiempo para poder disfrutarlas, hay quienes proponen dedicar un tiempo, en nuestro día a día, a la meditación.

Es el caso de Pablo D´Ors para quien vivir bien supone estar siempre en contacto con uno mismo, algo que solo fatiga cuando se piensa intelectualmente y algo que, por contrapartida, descansa y hasta renueva cuando en efecto se lleva a cabo.

Así mismo, la psicoterapia también ayuda a conectarnos con nosotros mismos y a desarrollar una posición más reflexiva que permite a la persona tener más consciencia sobre sí misma y control para manejar los distintos mandatos sociales comentados previamente. Se genera una atmósfera cálida y tranquila, donde uno puede dejarse decir, pensar y darse el tiempo necesario para ir descubriendo de forma gradual lo que tiene sentido para uno, lo que le pasa, lo que le gusta y también lo que nos le gusta de sí mismo. Ayuda a aceptar, entender y conocer quien es uno realmente y como poder hacer frente a la vida que le ha tocado vivir, evitando así tener que estar en continuo movimiento, corriendo delante de sus problemas o sintiéndose arrastrado por ellos.

La psicoterapia y la meditación, poseen muchos elementos comunes. Ambas ayudan al sujeto a reconectar consigo mismo y a desenvolverse en el medio que le rodea, fomentando el pensamiento reflexivo. Si bien es cierto que la meditación tiene lugar de forma más autónoma, mientras el proceso psicoterapéutico tiene lugar en presencia de otro, que en determinados momentos, puede aportar una visión nueva o no contemplada anteriormente.

La vida está en continuo cambio, por lo que es necesario que nos movilicemos tanto interna como externamente para poder hacerle frente y disfrutar de ella. También es conocido por todos que ningún exceso es bueno mantenido en el tiempo. Para contrarrestar los inconvenientes que se puedan derivar de una práctica deportiva abusiva o de un sedentarismo perjudicial, nuestra recomendación se centra principalmente en encontrar un equilibrio personal entre:

  • La realización de una actividad continua moderada o intensa (esta última, limitada en el tiempo, con metas adecuadas a nuestro fin y asesorado por profesionales)
  • Dedicar un tiempo para la introspección (solo o en compañía)
  • Darse tiempo para garantizar el necesario descanso físico y mental.

De esta manera, podemos seguir funcionando adecuadamente y conseguir el mandato clásico de mens sana in corpore sano, pero sin hacernos daño.

El baile de los locos (Per Olov Enquist)

Jane Avril aparece representada en muchos de los dibujos de Touluse-Lautrec. Alcanzó la fama con su “ baile de los locos”, una danza que había creado en la Salpêtrière, un baile que hechizaba a todos, aunque nadie entendía por qué.

Su madre era prostituta, y a menudo le recordaba a su hija que su padre era un conde italiano. La mayor parte del tiempo Jane vive con sus abuelos, aunque de vez en cuando vuelve con su madre, quien la maltrata.

A la edad de 13 años pide limosna en las plazas de barrios alejados. Se abre camino en sus años jóvenes con mucho esfuerzo y desprovista de características propias. De repente, empieza a sufrir calambres y espasmos involuntarios. La primera vez creen que son motivados por un sentimiento de culpa; se había negado, sin razón alguna, a masajear a uno de los benefactores de la madre al sentir éste un súbito dolor en la espalda; su díscola rebeldía, a la vez que infantil, provocó la ira de la madre, que le dio una paliza. Cuando el amigo de la madre dolorido, insistió en que le ayudara, la niña volvió a negarse a pesar de la azotaina. Entonces, de alguna manera poco clara desde el punto de vista médico de ese momento, esa rebeldía se transmitió a sus miembros y entró en un estado parecido a un baile que desconcertó y asustó a los presentes, o sea, a la madre y a su benefactor.

Un tal doctor Magnan se encargó de ingresarla en el hospital de la Salpêtrière bajo la supervisión del profesor Charcot. “ Eran las epilépticas retrasadas y las histéricas las que constituían la aristocracia de este infierno de tristeza, ellas eran las celebridades. Formaban el estrato superior y envidiado en esa colección tragicómica de seis mil sombras grises que se desplazaban murmurando, gritando o llorando con movimientos lentos, como sapos, por los sucios pasillos y las habitaciones, entre los muros de más de un metro de grosor o fuera, en grupos sin rumbo, por los estrechos espacios al aire libre” llegaría a escribir la propia Jane Avril.

En 1884 se organizó un baile de máscaras en el que participaron las pacientes, los cuidadores y algunos médicos. Jane empieza a bailar y descubre que no pesa nada, que vuela, y que la música la lleva. Se libera de sí misma y encuentra aquellos pasos con los que más tarde causaría sensación en el Moulin Rouge.

Cada vez se muestra más salvaje, descubre que carece de otros rasgos característicos, excepto de capacidad para bailar, y no solo eso sino que, además, carece de recuerdos, de culpa y de desesperación, se ha liberado de su madre, de sus admiradores, de las ratas, de los golpes y de las heridas, ha cortado con el hospital, sus recuerdos están amputados, pesa muy poco, los nuevos e imposibles pasos del baile le llegan fácilmente, descubre que es totalmente libre y que nada la puede atar.

Luego llegan los aplausos, “El breve instante en el que todo es posible. Ése es el instante del amor, cómo lamento no poder atrapar ese momento en el que todo es posible y permanecer en él”, vuelve a escribir Jane.

Finalmente fue dada de alta. Las únicas secuelas de su enfermedad mental, que quizás nunca existió o de la que quizás fuera curada en la Salpêtrière eran unos extraños y leves temblores en las aletas de la nariz.

Retales literarios: Solo para mujeres (Marilyn French)

Nos veo a todos sentados desnudos, temblorosos, en un gran círculo, contemplando el cielo que oscurece, el titilar de las estrellas, y alguien comienza a contar un cuento, afirma ver un dibujo formado por los astros. Y después otro explica una historia sobre el ojo del huracán, el ojo del tigre. Y los cuentos, las imágenes, se convierten en verdad y nos mataríamos los unos a los otros antes de cambiar una sola palabra del relato. Pero de vez en cuando alguien ve una nueva estrella, o afirma verla, una estrella en el norte que modifica el dibujo, y eso resulta devastador. Todos se sienten ofendidos, comienzan a gruñir furiosos, arremeten contra el que la ha visto y le golpean hasta matarlo. Vuelven a sentarse, murmuran. Siguen fumando. Se colocan de espaldas al norte, no vaya a ser que alguien piense que tal vez tratan de captar la alucinación del otro. Sin amargo, algunos son creyentes fieles, pueden mirar hacia el norte sin ver un destello de lo que aquel señaló. Los previsores se reúnen y cuchichean. Saben que si se acepta la estrella habrá que modificar todos los cuentos. Se giran desconfiados para pillar a cualquiera que vuelva la cabeza con disimulo hacia el sitio donde se supone que se encuentra la estrella. Pescan a algunos sospechosos; a pesar de sus protestas, los matan. Hay que cortar de raíz todo intento. Pero los ancianos tienen que montar guardia y su vigilancia convence a los demás de que en verdad allí hay algo, de modo que cada vez más personas comienzan a volverse y, con el tiempo, todas la ven o imaginan verla, y hasta afirman verla quienes no la distinguen.

La tierra siente la herida, y desde su sede la naturaleza, que suspira a través de sus obras, da señales de aflicción, de que todo está perdido. Habrá que cambiar los cuentos; el mundo entero se estremece. La gente suspira, llora y habla de lo tranquilo que era todo antes, en la feliz edad dorada, cuando todos creían en los viejos cuentos. Pero en realidad nada a cambiado, excepto los cuentos.

Supongo que los cuentos es todo cuanto tenemos, lo único que nos diferencia del león, del buey o los caracoles. No sé con certeza si quiero ser distinta de los caracoles. El acto humano esencial es la mentira, la creación o la invención de una ficción. Por ejemplo, en mi rincón del mundo, uno de los principales cuentos sostiene que es posible vivir sin dolor. Arreglan las narices ganchudas y las psiques torturadas, eliminan las canas del pelo, las separaciones entre los dientes, los órganos de los cuerpos. Intentan acabar con el hambre y la ignorancia, o eso dicen. Están trabajando en la creación de melocotones si hueso, de rosas sin espinas.

¿Hay rosas sin espinas? Estoy hecha un lío. Estoy hecha un lío porque una parte de mi piensa que una rosa sin espina sería bonita, mientras que la otra agarra puritanamente a la espina, incluso mientras la sangre se escurre por mi palma. Y todo mi ser piensa que sería hermoso que no hubiera hambre ni ignorancia…; sospecho que esto último parece una broma: la ignorancia de uno es la sabiduría de otros.

El caso es que si solo lo que perdura es real – algo que, digamos, Shakespeare creía – , solo la muerte es real. Todo lo demás es imagen, fugaz, mutable. Incluso nuestros cuentos, aunque duran más que nosotros. ¿Qué los hace – qué hace a cualquier cosa – dignos de morir por ellos? Cuando todo salvo la muerte es una mentira, una ficción.

Retales literarios: Teoría King Kong (Virginie Despentes)

Porque el ideal de mujer blanca, seductora, pero no puta, bien casada pero no a la sombra, que trabaja pero sin demasiado éxito para no aplastar a su hombre, delgada pero no obsesionada con la alimentación, que parece indefinidamente joven pero sin dejarse desfigurar por la cirugía estética, madre realizada pero no desbordada por los pañales y por las tareas del colegio, buen ama de casa pero no sirvienta, cultivada pero menos que un hombre, esta mujer blanca feliz que nos ponen delante de los ojos, esa a la que deberíamos hacer el esfuerzo de parecernos, a parte del hecho de que parece romperse la crisma por poca cosa, nunca me la he encontrado en ninguna parte. Es posible incluso que no exista.

El ideal del yo es un concepto psicoanalítico que hace referencia a una «Instancia de la personalidad que resulta de la convergencia del narcisismo (idealización del yo) y de las identificaciones con los padres, con sus substitutos y con los ideales colectivos. Como instancia diferenciada, el ideal del yo constituye un modelo al que el sujeto intenta adecuarse» (Laplanche, Jean & Pontalis, Jean-Bertrand ,1996)

Sería interesante que pudiéramos repensar nuestros ideales, ¿de qué están compuestos? ¿hacia donde nos dirigen? ¿a quiénes intentan satisfacer realmente?. Tender hacia una versión mejorada de nosotros mismos es algo que nos reta, nos moviliza y permite que se desplieguen todos nuestros potenciales, pero antes de lanzarnos a perseguir el reto de cumplir con «nuestras» expectativas primero hay que reflexionar dónde están situadas y si se corresponden con lo que realmente somos y/o queremos llegar a ser.

Depentes también critica el ideal del rol masculino comúnmente aceptado en muchas sociedades:

Porque la virilidad tradicional es una maquinaria tan mutiladora como lo es la asignación a la feminidad. ¿Qué es lo que exige ser un hombre, un hombre de verdad? Reprimir sus emociones. Acallar su sensibilidad. Abandonar la infancia brutal y definitivamente: los hombre-niño no están de moda. Estar angustiado por el tamaño de la polla. Saber hacer gozar sexualmente a una mujer sin que ella sepa o quiera indicarle cómo. No mostrar la debilidad. Amordazar la sensualidad. Vestirse con colores discretos, llevar siempre los mismos zapatos de patán, no jugar con el pelo, no llevar muchas joyas y nada de maquillaje. Tener que dar el primer paso, siempre. No tener ninguna cultura sexual para mejorar sus orgasmos. No saber pedir ayuda. Tener que ser valiente, incluso si no se tienen ganas. Valorar la fuerza sea cual sea su carácter. Mostrar la agresividad. Tener un acceso restringido a la paternidad. Tener éxito socialmente para poder pagarse las mejores mujeres. Tener miedo de su homosexualidad porque un hombre, uno de verdad, no debe ser penetrado. No jugar a las muñecas cuando se es pequeño, contentarse con los coches y las pistolas de plástico aunque sean feas. No cuidar demasiado su cuerpo. Someterse a la brutalidad de los otros hombres sin quejarse. Saber defenderse incluso si se es tierno. Privarse de su feminidad, del mismo modo que las mujeres se privan de su virilidad, no en función de las necesidades de una situación o de un carácter, sino en función de lo que exige el cuerpo colectivo.

Parafraseando a Simone de Beauvoir (1963) tomar conciencia es una manera de pensar individualmente  y una manera de luchar colectivamente.

Retales literarios: Clavícula (Marta Sanz)

A veces me pregunto si es primero la gallina o el huevo. Me entra la duda cartesiana de no saber si primero vino la pena y después la pena se somatizó en mis costillas, o mis costillas y sus aguijones hicieron que la pena se transformarse en algo que está a punto de ser patológico. Pienso en el significado de las palabras endógeno y exógeno, y encuentro sus concomitancias y sus siete diferencias: no es lo mismo no poder pagar un alquiler, darles a tus hijos leche rebajada con agua, que sentir la carencia en el cerebro de una sustancia que, por ejemplo, nos ayude a atenuar cotidianamente el sentimiento trágico de la vida. Pienso que tengo derecho a ciertas enfermedades. Me las he ganado a pulso. Porque el mundo es casi siempre una mierda y cuesta un esfuerzo hercúleo tirar del carro.

Incurro en la ingenuidad de creer que puedo elegir ideológicamente el origen de mi dolor. Si es un dolor del cuerpo o un dolor del alma o una típica interacción entre lo uno y lo otro que está condicionada desde un punto de vista socioeconómico por la presión de la crisis. Así de claro. Creo que puedo elegir ideológicamente el origen de mi dolor y sopeso los pros y los contras en una balanza que tiene como fiel el capitalismo. Si mi dolor es físico, en el platillo de mi balanza están: las industrias farmacéuticas, la posibilidad de un seguro médico privado ante la lentitud de lo público, sesiones de fisioterapia, aparatos ortopédicos, analgésicos, el lujo de una cesta de la compra concebida para el régimen lipídico y la vida sana. Si mi dolor es del alma, sobre el platillo de la balanza se depositan: la minuta del psicólogo, las pastillas que te receta el psiquiatra, la aromaterapia, el yoga, el rooibos y las hierbas para dormir, el equipo de running de Decathlon, el darse caprichos, un viaje caro, quizá un crucero… Sopeso los platillos de mi balanza y me doy cuenta de que estoy ideológicamente muy perdida.

Crisis existencial: El sentido de la vida.

Es frecuente que a la consulta lleguen personas aquejadas de sufrir una “crisis existencial” sintiendo que sus vidas carecen de sentido, experimentando un sentimiento amargo de vacío interior. Todo ello viene acompañado de un gran sufrimiento que la persona quiere aliviar de una forma rápida y efectiva.

Primero, querríamos hacer una distinción entre lo que se considera un conflicto normal y a lo que nos referimos cuando hablamos de conflictos neuróticos.

El primero de ellos, se refiere a toda situación en la que se requiere por parte de un individuo que tome una decisión sopesando los pros y los contras de cada una de las alternativas que se le presentan. Para que se resuelva de manera satisfactoria, la persona debe conocer cuales son sus sentimientos, poseer una escala de creencias y/o valores a los que aferrarse y que le ayudan a organizar la realidad y, así mismo, debe tener la capacidad para asumir la responsabilidad de sus propias decisiones, entendiendo que en todo proceso de elección se pueden quedar excluidas una o varias de las alternativas posibles.

Por otro lado se encontraría lo que entendemos como conflicto neurótico, éste tiene lugar cuando las tendencias inconscientes internas de las personas chocan al ser contradictorias entre sí, y la persona puede sentir que no tiene vía de acción frente a esas fuerzas internas que lo manipulan sin que ella así lo desee. Está relacionado con las formas que el individuo tiene para enfrentarse a las demandas de su medio, y se origina en la infancia como respuesta ante la ansiedad básica. El conflicto puede ser manifiesto (por ejemplo, que se desee una cosa y a la vez tengamos un principio moral que se oponga a su satisfacción) o latente, pudiéndose expresarse a través de la formación de síntomas (trastornos de la conducta, perturbaciones del carácter…) Se caracterizan por ser inconscientes y compulsivos (con tendencia a la repetición) . En 1959 Karen Horney escribió:

“… el origen del conflicto gira en torno a la incapacidad de desear algo cordialmente, propio del neurótico, ya que sus deseos están divididos y van en direcciones opuestas…”

Por tanto, no todos los conflictos son neuróticos, y a veces son totalmente normales, incluso se podría decir que sería saludable cierta dosis de conflictividad en la vida de una persona. También, entendemos que el sufrimiento no es un fenómeno únicamente patológico, sino que puede ser un sentimiento concordante con las experiencias que está viviendo una persona. Viktor Frankl negó de forma contundente que la búsqueda de un sentido, o la duda de si existe ese sentido o no, preceda o sea el resultado de una enfermedad. Y consideraba que la frustración existencial en sí misma no eran algo que debiera considerarse como patológico.

La preocupación, o la desesperación, por encontrarle a la vida un sentido valioso revela una angustia espiritual, pero en modo alguno supone una enfermedad. Puede suceder que, si se interpreta la presencia de angustia como signo de una enfermedad, el terapeuta se vea inclinado a ocultar la frustración existencial del paciente con la administración de algunos fármacos. Sin embargo, nosotros consideramos que, en estos casos, la función del psicoterapeuta debería consistir en guiar al paciente a través de su crisis existencial, una crisis que al enfrentarla, puede contribuir a provocar un crecimiento interior de la persona.

Afirmamos que la salud psíquica necesita cierto grado de tensión interior, y que ésta puede derivarse de la distancia existente entre lo que se ha logrado y lo que se quiere conseguir, o bien ser el producto de la diferencia entre lo que uno es y lo que uno querría llegar a ser. Esta tensión es inherente al ser humano e indispensable para un buen funcionamiento psíquico y desarrollo personal.

Es importante comprender que las personas no necesitan para su estabilidad psíquica, ante todo, equilibrio interior o, como se denomina en biología, “homeostasis”: un estado sin tensiones, en equilibrio biológico interno. Lo que el ser humano necesita no es vivir sin tensión, sino esforzarse y luchar por una meta que merezca la pena.

Viktor Frankl, a quién nos hemos referido anteriormente, fue un neurólogo y psiquiatra austriaco que sobrevivió tras ser prisionero en los campos de concentración nazis. En su libro El hombre en busca de sentido, lectura que recomendamos encarecidamente, concluye que:

“El hombre no debería interrogarse por el sentido de la vida, sino comprender que es a él a quien la vida interroga. La vida cuestiona al hombre y este solo puede contestar: respondiendo de su propia vida y con su propia vida”

Carola Higueras

La eterna duda

¿Y si cambio? ¿Y si solamente lo dejo? Así, lentamente, sin lucha ni derrota, solo paso a paso, sintiendo que una cosa lleva a la otra. El cambio se inicia, pero progresivamente, sin brusquedades. Llega un día que la pregunta se instala delante de ti, tranquila, pausada… ¿Y si lo hago? Y si… ¿por qué no?

El mañana puede volver a ser como siempre, dudoso, intranquilo. Pueden volver todas las ideas y sentimientos contradictorios, esos que llevan tanto tiempo paralizándote. Pero llega ese momento en el que… ¿y si sueltas? No importa el por qué del ahora, simplemente hoy se impone la idea de haber estado aferrado a algo. Todo este tiempo intentando evitar tomar la decisión, creyendo que al no decidir estabas ganando tiempo, pero esa estrategia tarde o temprano deja de funcionar, porque esa postura acaba convirtiéndose en una decisión por sí misma.

Pese a la necesidad de querer hacer partícipes a los demás, al Otro, a tu entorno… En la búsqueda incesante del consenso interno y el externo, te sientes solo frente a lo decisivo, ¿y qué? ¿Cuándo no es así? Siempre lo acaba siendo. Invariablemente empujados por lo que nos rodea o por iniciativa propia, en el último momento somos nosotros los que acabamos tomando la decisión y viviendo sus consecuencias.

¿Y por qué hoy? No importa. No siempre, pero sí a veces, las grandes decisiones, esas que llevas tanto tiempo pensando, un día como otro cualquiera se resuelven: decido esto. Sigues sin tenerlo claro, no se han resuelto los problemas, esas incógnitas que en cuanto se solucionaran te ayudarían a dar el paso. ¿Deberías seguir esperando un poco más a ver si la duda desaparece?

Pero algo resuena en tu interior impaciente: ¿y si lo hago ya? Ya has peleado, ya has reflexionado, ya has claudicado, ya te has adaptado; lo has comentado, pensado y analizado; ya te has visto desde fuera (no te gusta lo que ves desde fuera); ya te has impacientado, tranquilizado, llorado, entusiasmado, cansado, y vuelta a empezar. Llegará el día, sí, ese día estaré seguro y lo haré. Pero no, quizás la cosa no sea así, simplemente puede que sin estar más seguro que antes, casi porque sí, puede llegar el momento de iniciar el cambio, cambio paulatino, cambio tranquilo, sin consecuencias impactantes… solo cambio, solo un paso tras otro, sin nada definitivo, solo evolucionar, fluir…

Todo ese tiempo detenido en esa encrucijada, pensabas que se trataba de este otro tipo de cambio, del reflexivo, del pensado, del definitivo… Quizás era así, quizás has tenido que pasar por todo eso para que, al fin, se haya producido el verdadero cambio, el de que ya es hora de pasar a la acción: ¿y si simplemente dejo de estar en este punto?

¿Tanto para esto? ¿Así de simple? Sí, así de simple. Lo sabio es hacer lo complicado simple, no por verlo ahora simple deja de ser complicado, sigue siéndolo como tantas cosas: el amor, la guerra, el ser humano… Tan complicado y tan simple en otros momentos. Así pasa con todo, a veces llega el día y lo que sigue siendo complicado lo ves simple y piensas, ¿y si simplemente cambio?

Carola Higueras Esteban

Psicóloga Psicoterapeuta